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martes, 23 de noviembre de 2010

Rosa 03: fantasmas y gatos

Soñaba con un cuerpo desnudo a mi lado... un aullido/maullido me obligó a abrir los ojos. Lobo/chero estaba a los pies de mi cama. ¿Era posible? ¿Seguía soñando? Me froté bien los ojos. Ni modo. Allí estaba. Era él.

Quería que lo siguiera. Sus ojos me lo indicaban. ¿Hambre? No creo... bajé las escaleras detrás de él. Parecía que me esperaba, que seguía mi ritmo, el del más lento. Atravesó el salón, y, de repente, saltó sobre el sofá y se coló por una tabla de cristal desplazada de una de las ventanas típicas de este país, la que daba al jardín. Cayó al otro lado, se paró, me miró a través de la ventana, por encima del sofá, expectante. Está bien. Salí al jardín. Brincó a lo alto del muro. Otra vez, allí arriba, me esperó. Ahí no, yo no podía saltar la pared, y mucho menos estando electrificada.

Siempre me gustó creer en la magia de “la casa de los gatos”, ésa que está a un par de calles de mi casa. Está ahí, delante de todos, hecha de cerámica, con la marca de la riada del 57 a unos centímetros arriba. Azul. Pero si no lo sabes, no la percibes, no la ves. Está llena de vida, pero no lo sientes. Sólo los que aprecian los pequeños detalles, sólo ellos y ellas, saben que está ahí, con su esencia, con su magia.

Siguió su camino. Yo regresé al mío.

Y lo fui olvidando a lo largo del día.

Al llegar a casa, encontré a su chero en la puerta. Huyó, pero no se fue lejos. Más tarde, lo escucharía desde mi ventana, hablándome, escapando de los bichos.

Si creyera en fantasmas, si creyera en gatos, pensaría que están celosos, pensaría que algo quieren decirme.

No me muevo.

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