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domingo, 12 de diciembre de 2010

Azul 02: Vida

- Déjamelo aquí para jugar.

Lo decía muy en serio. Sólo tenía dos años y nueve meses, pero sabía muy bien lo que quería. Por fin, había llegado su hermanito y quería jugar con él. Normal, ¿no?.

Ese día, su abuelo le había regalado una barriguita negra, de esas muñequitas pequeñitas y rechonchas. Le encantó, pero en ese momento, ella estaba centrada en el bebé.

Su padre se rió. Pero ¿por qué?. Ella lo tenía todo preparado. Sabía que su hermanito era muy pequeño y delicado, por eso había puesto una manta en el suelo, la mantita que tanto le gustaba. Así estaría blandito y no se haría daño con el suelo duro y frío.

Y ¿entonces? ¿Por qué no se lo dejaban? Era incluso más grande de lo que había imaginado, así podría mantenerlo sentado en el suelo, si le sujetaba bien la espaldita.

En lugar de eso, la sentaron a ella en el sofá, la acomodaron bien y le pusieron al bebé en los brazos.

No importó. Fue mucho mejor que la barriguita negra.

Era el primer día que traían a su hermano a casa. Y todavía no se ha ido, jeje.

Azul 01: Muerte

A penas acaba de cumplir tres años. Era una niña linda, con su cara sonrosada y redonda. No era guapa, era linda. De esas personitas que te inspiran ternura nada más verlas. De esas niñas, que si las miras un poquito más a los ojos, profundamente, descubres que van a hacer algo importante en la vida.

Ella corría riendo por el pasillo de la casa del pueblo, con azulejos en el suelo al más puro estilo español de los setenta, jugando con sus primos. Otra niña de su misma edad, quizás unos meses mayor, y un niño más pequeño. Se escondió detrás de la planta junto a la puerta de la calle. Y ahí, mientras sus primos jugaban, le resbaló una lágrima por su mejilla izquierda. Ella no estaba segura del porqué, recién tenía tres añitos.

Yo creo que se sintió sola, por primera vez en su corta vida. La soledad, no como la entendemos cuando nos convertimos en adultos. Una soledad por saberse incomprendida, por saber que a su alrededor nadie la entendería, y, en ese momento, ni ella misma. Unos cuantos años más tarde volvería a sentir esa sensación, pero sin recordar esa primera vez.

En la habitación contigua había mucha gente, gente mayor. Una mujer con un bebé en los brazos. Todos sentados, con caras serias. Sólo se oían susurros. En el centro, una gran caja de madera con la mitad de la tapa de la caja abierta. Dentro, su abuelo. Muerto.

Ella no sabía qué significaba realmente. Todavía no podía saberlo. Pero recordó que su abuelo le regalaba caramelos y, por alguna razón, ya no lo haría más. Y la lágrima cayó.

Siguió jugando con sus primos. Eso sí, a partir de ese momento, algo más sola.