CóMo PintAr el pResEnTe, sI lOs CoLoReS sOn pAsaDo...

viernes, 13 de abril de 2012

Azul 3: Mi pueblo

Es como llegar al pueblo. A mi pueblo. En realidad, tengo dos pueblos. La mayoría de las veces podría estar hablando indistintamente de ambos. Que si en mi pueblo se pasan todo el día comiendo y bebiendo. Que si el alcalde del pueblo ha hecho las aceras más anchas. Que si en mi pueblo tengo buenos amigos. Que si en mi pueblo viene mucha gente de fuera. Que si vinieras a mi pueblo te encantaría. Que si mi pueblo es pequeño pero grande en sentido metafórico… (bueno, esta sólo correspondo a uno de ellos).

Por eso la gente se confunde cuando digo “mi pueblo”. ¿Cuál será? Voy a intentar entender el contexto. No, me pierdo, mierda, tendré que preguntar. Y yo contesto siempre igual: Normal, si es que no especifico bien. Nunca lo he hecho. Siempre lo he sabido. Nunca he cambiado la expresión. Mi pueblo es mi pueblo, digo, mis dos pueblos.

A lo que iba. Que es como estar en mi pueblo. Sí, siempre que entro en este bar, respiro aire de mi pueblo. Punto.

Entras y conoces a todo el mundo (al menos al noventa por cien de la gente que está tomando una cerveza). Toda la mara está ahí. Sí, como el bar de mi pueblo. Sólo que a diez mil kilómetros de diferencia. Otra gente, eso sí. Otra cerveza, esto también. Pero el mismo aire.

Hoy necesito de ese aire. Hoy necesito de este bar. O quizás del otro.

Voy. Allá nos vemos. Allí también.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Azul 02: Vida

- Déjamelo aquí para jugar.

Lo decía muy en serio. Sólo tenía dos años y nueve meses, pero sabía muy bien lo que quería. Por fin, había llegado su hermanito y quería jugar con él. Normal, ¿no?.

Ese día, su abuelo le había regalado una barriguita negra, de esas muñequitas pequeñitas y rechonchas. Le encantó, pero en ese momento, ella estaba centrada en el bebé.

Su padre se rió. Pero ¿por qué?. Ella lo tenía todo preparado. Sabía que su hermanito era muy pequeño y delicado, por eso había puesto una manta en el suelo, la mantita que tanto le gustaba. Así estaría blandito y no se haría daño con el suelo duro y frío.

Y ¿entonces? ¿Por qué no se lo dejaban? Era incluso más grande de lo que había imaginado, así podría mantenerlo sentado en el suelo, si le sujetaba bien la espaldita.

En lugar de eso, la sentaron a ella en el sofá, la acomodaron bien y le pusieron al bebé en los brazos.

No importó. Fue mucho mejor que la barriguita negra.

Era el primer día que traían a su hermano a casa. Y todavía no se ha ido, jeje.

Azul 01: Muerte

A penas acaba de cumplir tres años. Era una niña linda, con su cara sonrosada y redonda. No era guapa, era linda. De esas personitas que te inspiran ternura nada más verlas. De esas niñas, que si las miras un poquito más a los ojos, profundamente, descubres que van a hacer algo importante en la vida.

Ella corría riendo por el pasillo de la casa del pueblo, con azulejos en el suelo al más puro estilo español de los setenta, jugando con sus primos. Otra niña de su misma edad, quizás unos meses mayor, y un niño más pequeño. Se escondió detrás de la planta junto a la puerta de la calle. Y ahí, mientras sus primos jugaban, le resbaló una lágrima por su mejilla izquierda. Ella no estaba segura del porqué, recién tenía tres añitos.

Yo creo que se sintió sola, por primera vez en su corta vida. La soledad, no como la entendemos cuando nos convertimos en adultos. Una soledad por saberse incomprendida, por saber que a su alrededor nadie la entendería, y, en ese momento, ni ella misma. Unos cuantos años más tarde volvería a sentir esa sensación, pero sin recordar esa primera vez.

En la habitación contigua había mucha gente, gente mayor. Una mujer con un bebé en los brazos. Todos sentados, con caras serias. Sólo se oían susurros. En el centro, una gran caja de madera con la mitad de la tapa de la caja abierta. Dentro, su abuelo. Muerto.

Ella no sabía qué significaba realmente. Todavía no podía saberlo. Pero recordó que su abuelo le regalaba caramelos y, por alguna razón, ya no lo haría más. Y la lágrima cayó.

Siguió jugando con sus primos. Eso sí, a partir de ese momento, algo más sola.

martes, 23 de noviembre de 2010

Rosa 03: fantasmas y gatos

Soñaba con un cuerpo desnudo a mi lado... un aullido/maullido me obligó a abrir los ojos. Lobo/chero estaba a los pies de mi cama. ¿Era posible? ¿Seguía soñando? Me froté bien los ojos. Ni modo. Allí estaba. Era él.

Quería que lo siguiera. Sus ojos me lo indicaban. ¿Hambre? No creo... bajé las escaleras detrás de él. Parecía que me esperaba, que seguía mi ritmo, el del más lento. Atravesó el salón, y, de repente, saltó sobre el sofá y se coló por una tabla de cristal desplazada de una de las ventanas típicas de este país, la que daba al jardín. Cayó al otro lado, se paró, me miró a través de la ventana, por encima del sofá, expectante. Está bien. Salí al jardín. Brincó a lo alto del muro. Otra vez, allí arriba, me esperó. Ahí no, yo no podía saltar la pared, y mucho menos estando electrificada.

Siempre me gustó creer en la magia de “la casa de los gatos”, ésa que está a un par de calles de mi casa. Está ahí, delante de todos, hecha de cerámica, con la marca de la riada del 57 a unos centímetros arriba. Azul. Pero si no lo sabes, no la percibes, no la ves. Está llena de vida, pero no lo sientes. Sólo los que aprecian los pequeños detalles, sólo ellos y ellas, saben que está ahí, con su esencia, con su magia.

Siguió su camino. Yo regresé al mío.

Y lo fui olvidando a lo largo del día.

Al llegar a casa, encontré a su chero en la puerta. Huyó, pero no se fue lejos. Más tarde, lo escucharía desde mi ventana, hablándome, escapando de los bichos.

Si creyera en fantasmas, si creyera en gatos, pensaría que están celosos, pensaría que algo quieren decirme.

No me muevo.

martes, 16 de noviembre de 2010

Rosa 02: amor de gato

Al entrar en casa, encontré un invitado inesperado. Ya me había robdado varias veces, pero siempre se quedaba a unos metros, observando, esperando mi aprobación, que no llegaba. Incluso, en alguna de esas ocasiones, se había asomado con un amigo. Ambos parecían simpáticos, aunque, por supuesto, yo lo prefería a él.

En otro momento, fue una amiga que estaba en casa quien lo vio. Ella le hubiera dejado pasar sin dudarlo. Yo, aún mantenía ciertas dudas.

Y hoy, cuando entré y lo vi, salió huyendo, asustado, no le había dado permiso para entrar en mi vida. Todavía.

Hoy sí. Creo que la próxima visita, si la hay, le ofreceré algo de comer. Quizás nos convirtamos en amigos. Quizás.

Rosa 01: íntimo

Hoy hace frío en San Salvador. Parece que el viento ha disminuido la intensidad de los últimos días. Ya no volverá a descubrir... Pero aquí estoy, con mi compu en mi jardín, con un pañuelo en el cuello, como es habitual en mí, con una tacita de té verde y miel elaborado por unas productoras de la zona de Morazán. Escuchando a Sabina... muy típico.

Y agradecida. Por estar aquí. Por vivir. Por sentir. Por lo que me ofrece este país. Por lo que me permite aportarle. ¿Agradecida a quién? Es difícil agradecer cuando no tienes un dios a quien rendir cuentas. A la vida. A esas energías. A mi abuela. A mi otra abuela. A los que me ayudaron a ser quien soy, a los que me siguen apoyando, a pesar de conocerme, de saber quién soy y en qué me he convertido. A pesar de involucionar, de no parar de redescubrirme, de la deconstrucción y la construcción.

Deconstruir para construir. Eso es lo que hago, a nivel personal y a nivel laboral. El equilibrio es complicado. Pero consigo reservarme estos momentos, para mí, para ti. Lo que había perdido. Ahora los cambié por otros menesteres. Por fin me atrevo a escri-vivir (dedicado!), aunque me siga dando pena, aunque me sigan saliendo los colores (y nunca mejor dicho) si pienso que alguien lo lee.

En este momento de reformas internas, de adaptaciones a otras realidades, a otros haceres y otros sentires, en este momento, agradezco el no entender completamente a las personas de este país. Las susceptibilidades, las desconfianzas, las infidelidades, las impuntualidades, las otras éticas, las deshonestidades... Se tambalean ante mí los principios más básicos. Me obligan, de nuevo, a deconstruirme. A encontrar una balanza entre la tolerancia por “otra cultura tan cercana” y mis valores. Todavía no encuentro ese equilibrio. Espero estar cada vez más cerca.

[cocino, con cariño, vuelvo a dedicarme este momento...]

No encuentro mi parte masculina acá. No hablo de pareja sentimental-sexual. Eso podría ser bastante fácil, si quisiera. Pero aquí las mujeres son mujeres, antes que personas. Y tengo que aceptarlo como parte del equilibrio (¿?). Pero mi naturaleza me dicta que los hombres son personas antes que hombres (¿?). Extraño a mi amigo (amigo como género masculino, no como neutro) con el que compartir una buena copa de vino, alguna que otra incoherencia, otras quejas por los especímenes de su mismo sexo y, sobretodo, risas, risas limpias, sin nada detrás, sin dobles sentidos. Y ese abrazo.

Sin embargo, lo disfruto, y lo sufro.

Sonrío.

Y parece que los vientos de octubre en noviembre, algo descubrieron...

Verde 01: frontera

Estoy en el aeropuerto de Melilla esperando para tomar el avión de rumbo a la cotidianidad.

Y no dejan de venirme a la cabeza, imágenes de la frontera*, antiguas y recién vividas.

Una infraestructura destartalada, vieja, sucia. Calles sin asfaltar, con charcos, sin zonas habilitadas para cruzar, basura esparcida. Rejas inútiles, que no impiden el paso, barrotes oxidados que inspiran compasión. Líneas sin protección, libres. Una caseta. Un señor con acento fronterizo. Papeles y cuño. Vigilantes de turno.

Vehículos. Decenas y decenas de vehículos repletos de grandes bultos y de personas. ¿De dónde vendrán? ¿A dónde irán? ¿Regresan o van? Pero lo que más me inquieta es todo lo que llevan en esas grandes bolsas, a cuadritos de colores y del “todo a 100”. Traen parte de lo que viven en otras zonas del globo. Se llevan un pedazo de su cultura y de su vida. Intercambio. Interculturalidad. ¿Es esto?

Personas. Miles de personas que cruzan diariamente la frontera. Un pequeño porcentaje lo hará porque tiene que desplazarse de un lugar a otro. El resto, para sobrevivir. Es su forma de ganarse la vida. Trasladar víveres de un lado a otro de una línea ficticia. Contrabando es una palabra muy fea. Llevan varias bolsas, de color negro, de plástico fino, bultos sobre la cabeza y a la espalda. Pero no demasiados. Lo suficiente para que los señores de la frontera hagan la vista gorda y los dejen pasar. Si te fijas, dentro de las bolsas puedes ver de todo: galletas de chocolate “Príncipe”, rollos de papel higiénico, leche en polvo para bebés, yogures caducados… sobretodo alimentos caducados (se corre el rumor de que todo lo que sale de Melilla lleva dos meses caducado). Y cruzan.

Puedes atravesar la frontera en coche o a pie. Yo siempre la paso a pie. Con mochila a la espalda, ordenador, bolso… Aproximadamente un kilómetro. Coches y personas van por el mismo camino (no se le puede llamar carretera). Pasas por donde se te ocurra. Verjas abiertas. Vigilantes. Caseta con papel y acento fronterizo de nuevo.

Ups. Observas. No todo el mundo pasa por el mismo lugar. Exacto, los marroquíes tienen otro acceso. Un pasaje bien delimitado entre grandes barrotes oxidados, de nuevo, pero sin escapatoria. La gente se acumula, se amontona, se empuja, se toca. Parecen corderos que quieren dirigir al matadero. Hoy he decidido pasar por ahí. Tengo que admitir que lo he hecho porque hoy no había prácticamente nadie, será porque es domingo. Quería saber qué se sentía. Otra vez mi mochila y yo.

El callejón no debe tener ni un metro de ancho y te fuerzan a franquear barras giratorias. Durante una milésima de segundo he pensado que me quedaba encajada allí por culpa del equipaje. El trayecto a penas ha durado unos minutos, pero un día cualquiera lo habitual es tardar entre dos y tres horas. Al final, dos salidas: una para hombres, otra para mujeres. Desembocan en un mercado junto a la frontera, desviados de la puerta principal. Los policías, ya españoles, al otro lado, sonreían. ¿Por qué has pasado por aquí? ¿La primera vez? Sonrío, digo sí, por no polemizar, ya lo haría conmigo más adelante. Pienso, qué discriminación. Abren una verja para que pueda salir a la puerta principal. Sin comentarios.

También miro hacia los lados. Cuántas personas han intentado cruzar esa frontera para no volver...

Y es en este punto, la frontera, física y psíquica, entre dos mundos, donde comienza la cooperación ¿internacional al desarrollo?

*Frontera de Beni Enzar, Melilla (España-Marruecos)

7 de diciembre de 2008

Reportaje: Melilla. Laboratorio de Convivencia